Pero esta transformación profunda en la producción de bienes trajo aparejados un sinnúmero de problemas ambientales cuyos efectos perduran hasta la fecha y que los científicos siguen tratando de revertir.
Según los expertos, los metales como el plomo o el estaño continúan desprendiéndose de las minas y contaminando fuentes de agua potable, envenenando ríos, contribuyendo al cambio climático y afectando grandes áreas del paisaje.
"A menos que hagamos algo", le dijo a la BBC el especialista en contaminación minera de la Agencia Medioambiental del Reino Unido Hugh Potter, "sentiremos el impacto por muchos años más".
Recuperar la biodiversidad
En la actualidad se están llevado a cabo una serie de proyectos para reparar daños históricos.
Uno de ellos tiene lugar en las llanuras anegadizas de Bleaklow, en el norte de Inglaterra. En esta región, la contaminación provocada por las antiguas fábricas hizo que la turba se tornase más ácida que el jugo de limón.
"Fue un desastre ambiental", asegura Chris Dean, director de la iniciativa que busca reparar 44 kilómetros de turba arruinada por más de 150 años de lluvia ácida.
Estas precipitaciones, contaminadas con el humo expulsado por las chimeneas de las fábricas, "acabaron rápidamente con el musgo que protege a la turba", explica Dean.
Al quedar sin cobertura, la tierra es erosionada y los sedimentos son arrastrados a las reservas de agua, por lo que las compañías encargadas de las plantas de tratamiento de agua deben gastar grandes sumas de dinero para filtrarla y hacerla potable.
Cuando están en buenas condiciones, los páramos son muy absorbentes. Actúan a modo de esponja y evitan las inundaciones. Al estar dañados, el agua se escurre fácilmente.
Estos páramos de turba son además uno de los mayores reservorios de carbono en el Reino Unido. Si se erosionan, el carbono se libera en el aire como dióxido de carbono, uno de los gases que contribuyen en mayor medida al efecto invernadero.
"Algunas zonas están demasiado dañadas para recuperarlas por completo. Pero hemos hecho grandes progresos y podemos lograr que algunas áreas sean mucho más biodiversas y que los ecosistemas vuelvan a brindar los servicios que necesitamos", añade Dean.
Uno de los problemas menos obvios pero más generalizados es el de la contaminación que se produce cuando se inundan las minas y el excedente de agua llega a los ríos y a las tierras aledañas.
En el Reino Unido, las minas abandonadas antes de 1999 no tienen la obligación de descontaminar la zona. Y mientras que existe un organismo público encargado de lidiar con los problemas generados por las minas de carbón, los esfuerzos por limpiar las minas que no son de carbón han sido poco sistemáticos.
Se estima que cerca de 3.000 kilómetros de canales de agua en el Reino Unido están afectados por sustancias como el cadmio, el zinc, el plomo y el arsénico.
Aunque el riesgo de beber agua que contiene restos de estos metales es bajo debido a que los seres humanos toleran relativamente bien este tipo de contaminación, la vida acuática en los ríos contaminados se ha reducido.
Y aún no se sabe con exactitud cuáles son los efectos que la contaminación por estos metales pueda tener en la cadena alimentaria.
Equilibrio
En el condado de Cornualles, en el suroeste de Inglaterra, el problema es de más largo alcance y costoso de solucionar.
La instalación de una planta de tratamiento de agua en una antigua mina de estaño significó un costo de más de US$30 millones, mientras una zona que rodea a una mina cercana debió ser acordonada por ser demasiado tóxica.
Se cree que en esta región del país hay por lo menos unas 2.000 minas abandonadas, lo cual significa que cientos de hectáreas -tanto en zonas rurales como urbanas- están afectadas.
La magnitud del problema a nivel nacional recién ahora está empezando a identificarse. Una estimación reciente indica que el costo del tratamiento puede ser de US$600 millones en los próximos diez años.
Tan profundo ha sido el impacto de la contaminación en algunos paisajes que en algunas zonas ha comenzado a surgir una mezcla inusual de plantas y vida silvestre. En Cornualles, por ejemplo, los desechos de las minas de plomo han dado lugar a una combinación de plantas típicas de la costa con plantas de monte.
Aunque estas plantas ahora están oficialmente protegidas, los científicos continúan buscando una solución, tratando de mantener un balance entre las especies diezmadas y la nueva vida silvestre.
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